El otro día mientras me dedicaba a rebotar lentamente
por las paredes azules de esta habitación,
yendo de la máquina de escribir al piano,
de la estantería a un sobre que estaba en el suelo,
di a parar en la sección C del diccionario
donde mis ojos fueron a caer en la palabra cordón.
Ninguna galleta mordisqueada por un novelista francés
podría retrotraerte al pasado tan de repente-
un pasado donde me sentaba en un banco de trabajo en un campamento
junto al profundo lago Adirondack
aprendiendo a trenzar tiras finas de plástico
para hacer un cordón, un regalo para mi madre.
Nunca había visto a nadie usar un cordón
o llevar uno puesto, si eso es lo que se hacía con ellos,
pero eso no evitó que yo entrecruzara
hebra sobre hebra una y otra vez
hasta que hice un compacto
cordón rojo y blanco para mi madre.
Ella me dio la vida y leche de sus pechos,
y yo la regalé un cordón.
Ella me dio el pecho en más de una sala de espera,
me dio cucharadas de medicina,
colocó paños fríos en mi frente,
y luego me mostró el camino hacia la luz etérea
y me enseñó a caminar y nadar,
y yo, a cambio, la obsequié con un cordón.
Aquí tienes miles de comidas, dijo,
y aquí tienes ropa y una buena formación.
Y aquí tienes tu cordón, contesté,
que hice con un poco de ayuda del monitor.
Aquí tienes un cuerpo que respira y un corazón que late,
fuertes piernas, huesos y dientes,
y dos ojos limpios para leer el mundo, susurró ella,
y aquí, dije yo, está el cordón que hice en el campamento.
Y aquí, deseo decirle ahora
tienes un regalo más pequeño-no la ancestral verdad
de que nunca puedes corresponderle a tu madre,
sino el compungido reconocimiento de que cuando cogió
de mis manos el cordón a dos colores,
estaba tan seguro como pueda estarlo un chaval
de que esta cosa sin valor e inservible que trencé
de puro aburrimiento sería suficiente para quedar en paz con ella.
por las paredes azules de esta habitación,
yendo de la máquina de escribir al piano,
de la estantería a un sobre que estaba en el suelo,
di a parar en la sección C del diccionario
donde mis ojos fueron a caer en la palabra cordón.
Ninguna galleta mordisqueada por un novelista francés
podría retrotraerte al pasado tan de repente-
un pasado donde me sentaba en un banco de trabajo en un campamento
junto al profundo lago Adirondack
aprendiendo a trenzar tiras finas de plástico
para hacer un cordón, un regalo para mi madre.
Nunca había visto a nadie usar un cordón
o llevar uno puesto, si eso es lo que se hacía con ellos,
pero eso no evitó que yo entrecruzara
hebra sobre hebra una y otra vez
hasta que hice un compacto
cordón rojo y blanco para mi madre.
Ella me dio la vida y leche de sus pechos,
y yo la regalé un cordón.
Ella me dio el pecho en más de una sala de espera,
me dio cucharadas de medicina,
colocó paños fríos en mi frente,
y luego me mostró el camino hacia la luz etérea
y me enseñó a caminar y nadar,
y yo, a cambio, la obsequié con un cordón.
Aquí tienes miles de comidas, dijo,
y aquí tienes ropa y una buena formación.
Y aquí tienes tu cordón, contesté,
que hice con un poco de ayuda del monitor.
Aquí tienes un cuerpo que respira y un corazón que late,
fuertes piernas, huesos y dientes,
y dos ojos limpios para leer el mundo, susurró ella,
y aquí, dije yo, está el cordón que hice en el campamento.
Y aquí, deseo decirle ahora
tienes un regalo más pequeño-no la ancestral verdad
de que nunca puedes corresponderle a tu madre,
sino el compungido reconocimiento de que cuando cogió
de mis manos el cordón a dos colores,
estaba tan seguro como pueda estarlo un chaval
de que esta cosa sin valor e inservible que trencé
de puro aburrimiento sería suficiente para quedar en paz con ella.
Billy Collins (nueva York 1941) se retrata como un profesor universitario que va en coche a dar clase, entra en una cafetería y lee el nombre de la camarera en el rótulo de su camisa, abre una enciclopedia y recuerda su infancia, cena un sandwich de jamón y una cerveza fría.
Lo malo de la poesía. Baterbly Editores. Traducción y prólogo de Juan José Lamagro Iglesias.
Ilustración de Anthony Browne
1 comentario:
Yo también subí este poema hace un tiempo a Seconal. Elegimos lo mismo.
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