domingo, 13 de febrero de 2011

Más allá de la vida (Hereafter) Clint Eastwood 2010. Por Dr. Litos


         La última película del director Clint Eastwood ha sido definida como una película sobre la muerte, sobre el más allá. Sin embargo, Eastwood sigue fiel a sus preceptos, y utiliza el argumento para reflexionar no sobre la muerte, sino sobre la vida. Y especialmente, sobre la soledad. 
        El género tan concreto en el que parece enmarcarse la película sirve meramente como vehículo para dar una pincelada más en ese cuadro que las obras más maduras de Eastwood conforman acerca del ser humano, sus pasiones y sus miserias. Tomadas en conjunto, ya se trate de western, thriller o drama histórico, sus historias nos han mostrado personajes muy humanos, que se debaten entre pasiones que a todos nos son conocidas. En términos estrictamente cinematográficos, la película tiene una concepción clásica hasta la médula: la escena que abre el film, un despliegue de efectos especiales pocas veces utilizado en sus películas (como mucho, podríamos ver un buen uso de éstos en sus últimos films bélicos “Banderas de nuestros padres” y “Cartas desde Hiroshima”), constituye una apertura magnífica y en todo momento prima la narración sobre el espectáculo. Consigue colocarnos casi en la piel de la protagonista, hacernos partícipes de la experiencia que va a dirigir el resto de las acciones del personaje. El director se toma el mismo interés en hacernos empatizar con los otros dos protagonistas del film, encarnados por Matt Damon y los jóvenes actores Frankie y George McLaren, todos ellos realizando un trabajo impecable. 
         El personaje de Damon, un hombre capaz de comunicarse con las personas fallecidas, servirá de nexo de unión entre los otros dos protagonistas y dará entidad a la película. Eso sí, hay que avisar que el guión, pese a estar muy bien desarrollado, no presenta grandes sorpresas. Es más bien uno de esos casos que en otras manos podrían haber dado pie a un telefilm de los que se emiten después de comer. En manos de Eastwood y del acertado elenco de actores, se consigue con creces el objetivo de provocar ciertas sensaciones en el espectador, de hacernos recapacitar acerca del tiempo de que disponemos para vivir nuestra vida y lo importante de elegir qué hacemos con él. No todo es perfecto, y esta poca ambición, podríamos decir, del guión hace que la sensación final no sea demasiado intensa. La historia es bonita, el rodaje impecable, unas cuantas escenas (además de la impresionante secuencia inicial) quedarán en la retina del espectador, pero en mi opinión algunas subtramas menos interesantes que otras se alargan demasiado, restando importancia a personajes y cuestiones que podrían haberse explotado más a fondo.
         Personalmente, me quedo con la maestría y la sensibilidad de Eastwood representadas por una escena muy concreta que se desarrolla durante un curso de cocina. No diré más para no desvelar demasiados detalles, pero es un ejemplo de cómo dotar a una secuencia de altas dosis de romanticismo y seducción, sin renunciar a la elegancia y al poder narrativo. Sin más ingredientes que unos actores en estado de gracia, y una planificación sencilla y ejemplar.
         Tal vez no sea la mejor obra de Clint Eastwood, pero por descontado no es tampoco un paso atrás. En estos tiempos de sensaciones exacerbadas, producciones hipertrofiados pero superfluas, y lecciones de espiritualismo barato, carente de demasiado sentido, se agradece esta sencilla lección: vivid la vida lo mejor que podáis, no dejéis nada para más tarde, rodeaos de gente a quien amar, y no os preocupéis tanto de lo que pueda venir después.
           Al fin y al cabo, puede que simplemente no haya nada.

Una crítica de Dr. Litos